Existen una serie de dimensiones positivas de la conducta parental que están íntimamente
relacionadas con el apego padres/hijos: la sensibilidad, la dulzura, la capacidad de respuesta y
la capacidad de aceptación. De hecho, la calidad del apego nos dice, de alguna manera, de
cómo un niño ha sido tratado. Así Reiss y col (1995) utilizando un protocolo controlando las
variables genéticas de la conducta han demostrado que el nivel de actitud negativa de los
padres frente al hijo predice los comportamientos antisociales, al margen de la predisposición
genética., siendo otro aspecto muy importante la confusión de límites con inversión de los
roles.
Han sido estas investigaciones las que han puesto de manifiesto que distintas anomalías en el
apego pueden estar asociadas con la etiología, con su desarrollo o con el mantenimiento de los
problemas de conducta. De hecho un gran número de conductas consideradas como
precursoras de los trastornos de conducta (las rabietas, las agresiones, las conductas de
oposición, el desafío) podrían ser estrategias de apego que intentarían llamar la atención o el
acercamiento a la figura de apego cunado éstas se encuentran insensibles a las señales del
niño.
Otro mecanismo que podría explicar los problemas de conducta estaría relacionado con la
forma en cómo se han desarrollado a lo largo del tiempo la percepción, la cognición y la
motivación. De esta forma el apego inseguro puede conducir a sesgos hostiles en la
percepción del otro, dando lugar a reacciones de agresividad de tipo reactivo. En tanto que el
apego seguro daría lugar a relaciones interpersonales basadas en la confianza.
El apego juega un rol muy importante en lo que se refiere a la regulación emocional. Esta
regulación, dependiendo del apego, puede se flexible o rígida. Fonagy y cols (1997) propone
que la seguridad en el apego permite y facilita la capacidad auto-reflexiva y la mentalización
que asegura la comprensión intuitiva de las motivaciones del otro y su predicción. Esto
protegería contra los trastornos de conducta en la medida que el adolescente es capaz de intuir
los sentimientos del otro, generando relaciones empáticas.
Estas teorías bastantes sugestivas no se han correspondido con los resultados de las distintas
investigaciones de la forma en que se esperaba, aunque si revelan resultados significativos,
aunque modestos.
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